En la penumbra de la noche solitaria, bajo la mirada atenta de la luz de una vela, quien no ha imaginado todo un mundo lleno de color y fantasía, donde nada ni nadie puede interferir en el devenir de nuestros más intimos pensamientos, que son al fin y al cabo el motor de nuestra vida en todo cuanto hacemos y deseamos. Mirarla fijamente es mirarnos a nosotros mismos sin sentir la presión del reflejo de la realidad presente, dejando libre nuestra mente y nustro corazón para que así puedan aflora todo nuestro ser a esa superficie en la que somos tan vulnerables por ser en si mismo una realidad impuesta y en la mayoría de las ocasiones tan poco deseada.