martes, 30 de noviembre de 2010

La fuerza de los años

Al final de nuestro devenir en esta vida
buscamos en no pocas ocasiones y circunstancias
ponernos a salvo de los tormentos de la memoria
para saludar con una somnolencia a la muerte esquiva
que tiene más de condolencia que de veneración.
Por ello debemos aprovechar todo el tiempo
que cada despertar nos ofrece de forma más que gratuita,
pues como alguien dijo una vez y en algún lugar
"Ya me sobrará tiempo para descansar cuando me muera",
Pero mientras intentamos disimular la incertidumbre de nuestros pasos,
aunque sea con un bastón de empuñadura de oro y plata,
e intentemos compensar la erosión de la memoria
que ya nos acontece de forma inquietante y permanente
las mejores recetas para la vejez no consiguen paliar
esos dolores del cuerpo y del alma, compañeros inseparables,
si bien es más fácil paliar los dolores ajenos, que los propios.
Entendamos que que dos adultos libres
y sin pasado que importe de forma alguna,
al margen de todo perjuicio de una sociedad intransigente
puedan elegir el azar de unos amores supuestamente prohibidos,
amor clandestinamente compartido por ambos
y que nunca fue de ninguno por completo
si bien en más de una ocasión conocieron
la explosión instantánea del verdadero amor correspondido.
Nos es preciso saber ayudar a sobrellevar la agonía
con el mismo amor y la misma fuerza del corazón
con la que se ayudaron en esos tiempos pasados y ya lejanos
a descubrir la dicha de ese amor incierto
en el que hemos puesto un propósito casi heroico
de luchar sin cuartel contra los estragos del tiempo irrevocable.
Muchos piensan sin darse cuenta de ello de forma consciente
que tan solo las personas sin principios
pueden ser tan complacientes con el dolor que produce
la soledad de quien frente a sus terrores nocturnos
busca alivio y consuelo en el recuerdo de los placeres
que también fueron solitarios en su pubertad.
Amores y esperanzas tan lentos como difíciles
perturbados en no pocas ocasiones por presagios siniestros
que hacían pensar que la vida fuese interminable y funesta
como emblema de una vida privada de toda felicidad
para quedar ahogada en los recuerdos.
Con el paso del inexorable tiempo, los recuerdos
nos amenazan con intentar volvernos distintos
a una edad en que ya todo parece consumado
a semejanza de aquellos quienes predican
que en tiempos pasados fueron capaces de amar en exceso
para cometer las peores crueldades con sus semejantes,
aquellos a los que hicieron participes con sus historias
de noches voluptuosas en sus aquelarres de amor
si bien lo que les faltaba por edad y experiencia
tampoco supieron compensarlo con el carácter.
Al final, dudamos si esa servidumbre recíproca
se fundamenta en el amor o en la comodidad de ser amado
si bien tal vez tampoco buscamos la fiel respuesta
prefiriendo ignorarla para que nos ponga a salvo
el engaño de una compasión providencial.
Tal vez la sabiduría nos llegue cuando ya nonos sirva para nada
y en el fondo juguemos de una forma tan mítica como perversa
pero a fin y al cabo reconfortante a nuestros propósitos.