sábado, 16 de enero de 2010

A tí, que me iluminas

A la luz de una pequeña vela, sentado en el viejo sillón que adorna el rincón de mi salón, cuantas cosas he soñado, con cuantas he llorado, pero con cuantas también he reído y sido feliz y dichoso. Con tu pequeña llama, has hecho grandes muchos momentos, muchos recuerdos, muchos anhelos, tan grandes como es la fuerza de tu pequeño cuerpo diseñado para arrancar de la más profunda oscuridad demonios anclados para nunca ser movidos. Pero ¡oh tú, mi pequeña amiga! amiga de verdad en tantos momentos de soledad y desasosiego, que teniéndote a mi lado sentía que te ibas , no sin antes darme muchas horas de calor y de confort, sin pedirme nada a cambio, tan solo que te mantuviera viva para darme hasta el último suspiro de tu ser. Tus lagrimas quedaban colgando para recordarme que fué tu vida la que prolongo la mía en esas noches donde no encontraba consuelo en nada ni nadíe, tan solo recurriendo a tí podía seguir existiendo, pero te ibas apagando poco a poco insuflandome cada segundo tu propia fuerza para que yo, y siempre yo, pudiera continuar con mi propia existencia. Gracias.