Por fin transcurrió un nuevo día, tan lleno de incertidumbre como otro cualquiera, y me dirijo al remanso de mi casa para observar una nueva puesta de sol, que se lleva no pocos sinsabores pero también alegrías y esperanzas para el siguiente amanecer. Que quietud me da el observar las tranquilas aguas del estanque, mi compañero eterno perpetuo, con mi vieja barca vigilante esperando que repose en ella mi cansado y extenuado cuerpo; a su lado en mi ausencia la acompañan pequeños pececillos nadando a su lado para darla una cálida y acogedora estancia en el húmedo ambiente que la sirve no obstante para darla vida.
Solamente el susurro de la suave brisa acompañada del canto de pequeños pajarillos que rebolotean a su alrededor, le da a ese entrañable lugar la categoría de amigo y amante, en el silencio del que se siente solo aún estando acompañado.