Cuando vemos reflejado en el agua el cielo azul, nos da la sensación de una quietud imposible de pasar por alto, nos invade y de tal manera que somos incapaces de abstenernos en pensar en cosas bellas, delicadas y por demás placenteras. Dejamos libre nuestra imaginación, y es ahí en esa libertad irreflexiva donde encontramos la fuerza de nuestro corazón.
Reflejos que incitan a pensar
sin ser esclavos del tiempo
en lugares imposible de llegar
y que siguen clavados muy dentro.
Reflejos de un tiempo vivido
en desacuerdo con uno mismo
de nada nos han servido
tal vez alejarnos del abismo.