jueves, 4 de febrero de 2010

El Edén











En el paraíso con el que tantas veces hemos soñado, nuestros deseos mas terrenales se pueden hacer realidad, siempre y cuando dejemos de lado perjuicios y quebrantos que no nos llevan a lugar alguno y que de paso nos imposibilitan para alcanzar metas mucho más nobles y encumbradas que nos hagan sentirnos verdaderos seres humanos. Nuestros ancestros que vivieron en profundas cuevas para defenderse de demonios que no comprendían, fueron felices en su ignorancia, o así al menos lo queremos creer, pues teniendo menos necesidades pudieron dedicar todo su tiempo y sus esfuerzos en ser felices con los suyos, con los que conocían y tenían a su lado compartiendo todo cuanto poseían, y esa imagen idílica de nuestros antepasados deberían de ser suficientes para hacernos reflexionar sobre nuestra existencia, a la cual creemos poder dominar.
Ellos no tenían conciencia de lo que era la muerte, dejaban atrás a sus seres más intimos creyendo que en un futuro volverían a estar con ellos en algún lugar desconocido, pero que para ellos era necesario que existiese; no percibían la muerte como tal, era algo que les acompañaba sin saber como desprenderse de ella, pero si distinguían y concebían la vida en todo su esplendor, sin ningún tipo de perjuicio. Dichosos ellos con su ignorancia y su ingenuidad, pero estaban vivos y eran vitales, enérgicos, espontáneos, y la vida para ellos era pura existencia.