sábado, 28 de enero de 2017

Y al final ¿que nos queda?

Llega uno a esos días en los que cree estar mas cerca del final de su existencia, donde lo presiente de forma continua sin tener que pensar en ello en ningún momento, pero cuya sensación le acompaña a todas horas haciéndole pensar en todo su pasado, en reflexionar sobre su existencia, el de juzgar su propio comportamiento como si de un juez severo e imparcial se tratase.
Piensa no sin cierto temor si fué un buen padre, si fué el hijo que sus padres merecían, si fue el esposo y compañero que debió de haber sido, si se comporto como de verdad quiso hacerlo o si fué condicionado por todo cuanto le rodeó.
Es la hora en que casi todo son reproches y dudas, reflexiones para limpiar la propia conciencia de dudas que pudieran enturbiar los últimos dias intentando reconciliarse con su propio yo demasiado alterado y viciado por toda una vida llena de altibajos existenciales, que no hicieron otra cosa sino lastrarlo en un divagar sin rumbo y lo mas triste sin fin alguno al que aspirar y por el que luchar.
Pretende uno autoinculparse para obtener la propia indulgencia de aquel que no quiso nunca someterse a los demás, ni a apersonas ni a condicionamientos establecidos, pero del que nunca consiguió en modo alguno lograrlo en casi ninguna etapa de la vida, con la consiguiente frustración y perdida de entusiasmo e interés por la propia vida.
¿Pero por qué llegamos a este punto de desgarro personal, pretendiendo ser como ese dios que nos señala nuestro destino en el tiempo, sin darnos la posibilidad de poder regenerarnos aunque sea al final para así afrontar con cierta tranquilidad el devenir de los acontecimientos? Tal vez sea porque con la propia autoinculpación pretendamos conseguir la indulgencia de nuestra propia alma, solicitando ese perdón en el que no creemos, pero del que necesitamos imperiosamente aunque sea de forma provisional.
Quisiera poder vivir toda una nueva vida, cambiar tantas y tantas cosas que no hice adecuadamente, intentar demasiados sueños que quedaron perdidos en el camino si ni tan siquiera haberlo intentado, que aunque jamás se hicieron realidad, al menos fui feliz de haberlos tenido. Poder decir “te quiero” cuantas veces necesite de hacerlo pero silencie por vergüenza o por temor, abrazos perdidos tratando de demostrar lo que no quería, besos enmudecidos por la timidez o miedo al engaño, sentimientos no mostrados que se perdieron en el más profundo y triste anonimato de los días sin mas poder que el de lastimar lo mas hondo del corazón.
Y por todo,"Y al final, ¿que nos queda?. La duda, la desesperación, el desencanto, el vacío de toda una vida desperdiciada en toda su existencia. Pero tal vez, y aunque sea demasiado tarde nos quede un resquicio para corregir y enmendar todo lo realizado, asomando un soplo de esperanza vital.