Reflexiones de una noche
estrellada por quien al contemplar la felicidad ajena le daña, pero no por
envidia o egoísmo, sino más bien por la amargura del contraste que siente ante
la visión de lo ajeno.
El amor es como esa trampa de la
felicidad que se aborrece y anhela al
mismo tiempo, pero de la cual es imposible escapar sin haber sufrido sus
envites, pues el corazón del hombre se hizo para ser roto, para perdonar a
otros los pecados que no cometieron, intentando así redimirse y perdonarse a sí
mismo sus propias faltas e imperfecciones, sus errores e imprudencias, pero lo
que nos hiere verdaderamente es nuestra conciencia, que padece cuando la
contradecimos y se muere cuando la traicionamos, sobre todo por amor, ya que
cuando uno se siente amado no se duda de nada, pero cuando se ama de verdad se
duda de todo, no conociendo el amor su propia profundidad hasta el momento de
la separación.
Envejecemos, a veces tan solo
físicamente mientras en otras ocasiones nos envejece el alma a mayor velocidad
que el cuerpo, si bien un hombre tiene la edad de la mujer a la que ama, aunque
perdemos la capacidad de soñar y soñamos con los sueños que ya tuvimos y nunca
logramos alcanzar, dejándonos el corazón vacío, y ya se sabe que cuanto más
vacío está un corazón tanto más pesa.
Pero la vejez comienza cuando los
recuerdos pesan más que las esperanzas, más si uno quiere llegar a viejo ha de
vivir como tal, pues envejecer es el único medio de vivir mucho tiempo, y solo
los que no esperan nada del azar son dueños de su propio destino, y aunque
dicen que soledad y vejez son buenas compañeras, en ocasiones la soledad solo
es hermosa cuando se tiene a alguien a quien contárselo.
Cuantas veces pienso en que salgo
de casa cansado de mí mismo y vuelvo cansado de los demás, pierdo escuchándolos
una hora que estaré buscándola todo el día, y si hablo mucho de mí es porque
soy el hombre que tengo más a mano, siendo en muchas ocasiones preciso
reconocer que más vale ser un hombre insatisfecho que un cerdo feliz, más si me
siento solo y no hay nadie en el espejo pienso en esa carta de amor que se
comienza sin saber lo que se va a decir y se termina sin saber lo que se ha
dicho. Así es la vida en realidad, un cúmulo de despropósitos donde solo aquel
que se contenta con nada lo posee todo en realidad, y si queremos ser viejos
mucho tiempo procuremos hacernos viejos más pronto que tarde.