La memoria y los recuerdos son esa gran trampa en la siempre caemos cuando creemos estar más libres de nosotros mismos, aunque nos sintamos hijos de una tierra pobre e ignorante, de una tierra y una vida donde todo está aún por hacer. Convencidos de que hemos de morir y que sabremos bien morir, o al menos lo pretendamos, hemos de procurar ahora saber a vivir para intentar conservar lo poco que aún tenemos de nosotros mismos. Cuantas veces pensamos que todo es ya pura rutina, pareciendo como si de hecho naciéramos un poco cada día procurando que esta nuestra insoslayable vida es un continuo aunque no perfecto nacimiento.
Muchas veces me pregunto si tengo algún vicio que me permita sobrevivir de la manera que sea y me respondo que pudiendo tener todos o ninguno si he sabido gozar de lo ganado sintiendo poco o nada de lo perdido, y todos hemos tenido amores a quien hemos querido sin haber sido correspondidos al igual que de esa forma nos han querido...pero siempre vamos demasiado deprisa por la vida, recordando infancias y juventudes añoradas por lo allí vivido, pero al final recordadas con la melancolía de lo que nunca podrá volver a ser igual.
Me gusta conversar con la sombra que me acompaña de día, pues mi voluntad y casi mi identidad se perdio en una noche de luna clara y radiante, convencido de que para avanzar por el camino de la vida con pie firme y talante erguido, se han de superar las limitaciones de la timidez del ser demasiado introvertido. Y en esas noches claras en las que uno piensa en las cosas de la vida, en el amor perdido y no correspondido, en el paso inexorable del tiempo, en la propia vida vida como un eterno caminar siempre hacia delante y sin posible retorno, para ni tan siquiera poder expresar aunque fuera con simples palabras la voluntad de vivir y actuar en e lpresente y renunciando con resignacion el futíl intento de recuperar alguna vez el pasado aunque tan solo fuera en el recuerdo.