Los sueños nos permiten sobrevivir, aunque sea defectuosamente malvivir, de forma que la vida no se nos haga tediosa y falta de entusiasmo por seguir adelante, y mucho menos cuando se llega a situaciones en la que uno para poder disfrutar de la misma ha de delegar los placeres en los demás para así sentirse vivo de forma que uno no se derrumbe ante la falta de los estímulos que necesarios que nos permita ser conformes con nuestro propio destino, el cual no es tal si uno interfiere de continuo en el devenir de los acontecimientos.
Soñar no es gratis ni mucho menos, pues al hacerlo gastamos buena parte de nuestra de nuestro valer, y dejamos fuera de la mochila de los recuerdos y deseos tal vez lo mejor de uno mismo, lo más valioso de la propia existencia, todo aquello que nos permite seguir adelante y avanzar por la senda inesperada de nuestra existencia terrenal.
Pero al hacerlo creamos nuestro propio e inaccesible mundo, esa posesion a la que nadie más que uno mismo puede tener acceso cada vez que la necesita o desea disfrutar de ella, sin compartirla con nadie pues es lo único que el ser humano tiene tan solo para sí, a la que nadie puede quitarle ni restarle valor alguno, ya que solo pertenece a lo más profundo y secreto del propio hombre y de la que no tiene que dar cuentas de ello ni tan siquiera a sí mismo.