Porque la elección del lugar más adecuado para terminar la corrosión que nos produce la vida en sociedad, ha de ser aquel en que tu naturaleza y la del medio que te rodea se fundan y confundan en una sola. En la vida coincidimos, y sobre todo en el amor personas que son como naturalezas urgidas por instancias no solo diferentes, sino al punto extremo contrapuestas, donde la necesidad de probar y saborear los manjares del pecado, donde el amor atrae al odio y se nutre de él, para que el hombre presa de esa cruel ambivalencia afectiva, acabe por inmovilizarse y desquiciarse al punto que ese ingenuo hombre de bien, para el cual no es capaz de captar el poder irresistible del mal, vea atenazada su voluntad con el señuelo de los placeres efímeros que la vida le presenta para hacerlos suyos.
A tal punto ese hombre se hace mas y mas sensible ante todo, sufre de una manera mas espiritual, de una forma mas refinada y sutil, y por ello mismo infinitamente mas agudo e hiriente que ese común de los mortales que transita por la vida con mas pena que gloria. Ese dolor que padece es consecuencia de la radical insatisfación de sus mas intimos deseos, de vivir sin que nada ni nadie pueda serenarle y donde sus ansias de ir mas allá de toda monotonía y simpleza le impiden disfrutar del placer que en ocasiones le llega aún sin darse cuenta de ello.
Tal vez este drama que vive el hombre, sea un drama sin duda de proporciones cosmicas y universales, pero que germina y se desarrolla en la extrema y dolorosa complejidad de su alma; una vida donde cada paso que da le hace vivir en un juego de fortalezas y debilidades, de sumisiones y rebeldías, de excesos que le producen pesares y malestar, de placeres que despiertan y originan inexorables y esperados castigos. En este transcurso cotidiano espera el hombre esa mujer soñada y ensalzada, fruto de sus sueños mas reglados, esa mujer que bien pudiese convertirse en un ángel que se eleva con el sol del alba para llevarle a su infinito y eterno espacio sideral, por encima de los restos de recuerdos repudiados tras las estúpidas orgías vividas en épocas anteriores, donde su belleza es una promesa de felicidad, un goce presentido, vislumbrado desde la soledad idealizadora del hombre y que en consecuencia puede ser revestido de todas las gracias y dones que la imaginacion sea capaz de concebir en ese momento tan especial.
Pero también se sufren momentos en el que uno se siente de más en el mundo y se recurre alternativamente a toda una serie de conductas, en ocasiones hasta histéricas, con el objeto de llamar la atención sobre su pobre situación o bien llegado al extremo de encerrarse en la mas insuperable y dolorosa soledad. Y es en ese preciso instante en medio de la soledad y de la tormenta de la pasión no sofocada, donde el amor puede hacer su presencia para mantenerse espectador por encima de los sentimientos y el estado de lujuria que en no pocas ocasiones desencadena. Amar en esos momentos requiere salir de uno mismo, negar nuestra solitaria singularidad e individualidad, y entregarse a todo abandonandose al caos emocional que eso conlleva.