La primera vez que me dijeron iba a tener un nieto, fué como si se despertaran las hadas silenciosas de la vida, para da un significado, tal vez el último del misterio de la vida que siempre queda inasequible; ya lo dijo el poeta:"si buscas caminos en flor en la tierra, mata tus palabras y oye tu alma vieja".
¡Vieja! esa es la palabra que me hizo ir a mirarme al espejo en cuanto pude quedarme solo, una sencilla palabra para expresar un hecho sencillo, pero que junto a otras de su misma naturaleza, como abuelo, forman un manojo de presencias eternizadas en su esencialidad.
Los nietos son seres especiales, a los que los abuelos los envolvemos en una atmósfera diferente, sobreprotectora, que te hacen recordar en un momento determinado tu presente y tu pasado, tus debilidades y tus fortalezas, tus defectos y por que no tus virtudes, devolviéndote momentos de tu propia juventud, trasladándote al pasado, y no porque se les quiera mas que a los hijos, así como a un hijo no se le quiere más que a tu pareja, pues son amores y afectos tan distintos como complementarios, nunca comparables pero siempre presentes y rellenando el vacío que unos u otros nos dejan en algunos momentos de la vida.
El prodigio de llegar a ser abuelo te hace plantearte la vida utilizando ya poca retórica y mucha más sinceridad, pues nuestro corazón deja ya de estar encerrado en la esperanza, con el temor de que los recuerdos nos vayan secando ese alma de polvorienta de los años pasados en el desierto de la vida. Uno se encuentra reo de sus hechos y vivencias, que no puede olvidar y en ocasiones nos arrastra a un total desengaño de la propia vida, que con la llegada de los nietos, nos arrastra hacia un nuevo nacimiento, de transformación y recorrido hacia una nueva luz donde todo se convierte en regeneración, sabiduría y prudencia para llevarles a "ellos", mis nietos, por el camino que yo hubiese querido seguir.
Cuando el hombre se encuentra solo con la naturaleza en estado puro, la soledad y la desilusión animaliza y arrastra su alma al borde de la aislamiento social, ahogando su inteligencia y sus ansias de elevación, pero el amor y sobre todo ese amor recién nacido, inocente y soñado aún sin saberlo, le horroriza a la vez que le seduce, y es esa mezcla de terror, fascinación y anhelo lo que significa el sentimiento más poderoso que que le invade al hombre en el momento que le dicen que va a ser abuelo.
El amor que uno siente hacia sus nietos le hace salir de uno mismo, llegando a negar nuestra propia y singular individualidad, para fundirnos con ellos en sus juegos, sus risas, sus desvelos, sus sueños, y sorprendernos a nosotros mismos en mas de una ocasión meditando palabras de un íntimo monologo en el que se distingue la voz viva de los ecos inertes de complejas sensaciones que produjeron una honda palpitación del espíritu. Mirándome en sus ojos auténticos, espontáneos, sinceros, vislumbro las ideas cordiales y universales del sentimiento del hombre bueno, que está encerrado en nuestro interior esperando un rescoldo de luz y de calor para aflorar a la propia vida, para poder mirarnos desde afuera y procurar penetrar en lo más profundo de las cosas, para que nuestro mundo externo no empiece a perder su solidez ahora cuando más la necesitamos, para disfrutar de esos minúsculos seres que nos hacen meditar y llegar a la conclusión que no existimos por nosotros sino por y para ellos.
Nos convertimos en hombres atentos a nosotros mismos y también a ellos para no ahogar la única voz que de verdad nos interesa escuchar: la suya, aunque nuestros ojos están cargados de razón y la razón analiza todo cuanto capta para no ver el teatro de la vida en ruinas y ver nuestra propia sombra proyectada en la escena del último acto de nuestra existencia. Y todo ello nos trae a la memoria las muchas horas de la vida gastadas, y diría más, perdidas, en meditar sobre los enigmas del hombre y de la vida, cuándo a partir de ahora "ellos" se adueñaran de nuestras ideas y harán que todo cuanto ocurra a nuestro alrededor queramos que sea inmutable y atemporal.